No sé porqué, pero si bien se dice que el Verano es la estación del Amor; los verdaderos romances que han moldeado mi manera de ser, son de Invierno.
La conocí a los 13 años, la distancia y la vida se encargó de separarnos. Era delgada y pálida, con cabello color fuego… Yo trataba de coquetear con su amiga, una niña hermosa con un cuerpo que ya evidenciaba un futuro esplendoroso. Ambas estaban jugando Mortal Combat, yo al lado me hacía el lindo, venciendo a los rivales digitales más poderosos.
Al cabo de dos horas, ya besaba los sensuales labios del objeto de mis deseos. A la semana, ya era muy amigo de la pelirroja y pololo de su bella amiga. Pero al cabo de unos días, sentía que me había enamorado de esta otra niña, más salvaje y silvestre, cabellera de fuego que guiaba mis acciones.
Por desgracia éramos muy pendejos y discutimos, nos dejamos de ver durante años. Nunca la olvidé, la amaba en silencio, la extrañaba. Así viví hasta los 18 años, ella me llamó, nunca supe como hizo para conseguir mi fono.
Llegué al pueblo donde ella vivía, bajé del Bus. La vi, tan delgada como siempre, pelo de fuego… Blanca, senos pequeños y piernas largas. Su voz siempre algo grave, me saluda. Quedé de piedra, estaba tal como la recordaba, la sangre comenzó a circularme al revés. Caminamos por la Alameda de San Felipe, llegamos a un parque y nos sentamos a conversar… Una fuerza nos juntaba más y más… Mientras nos decíamos que solo seríamos nuevamente amigos, nuestros labios comenzaban a plantear lo contrario. Rodamos por el pasto en un abrazo largísimo, nos besamos como unos locos hasta quedar sin saliva, sin aire. La lluvia nos invitó a buscar un techo.
Ella me invitó a su casa, había improvisado una pieza para mí. La lluvia se colaba por todas partes, se hacía barro en el piso… Ella me mira, empapada hasta los calcetines y me ofrece un té. Acepto, vuelve con dos tazas y unas toallas. Se sienta al lado, toma un sorbo de la taza y me la da con su boca.
La tomo de los hombros y la acuesto, la desnudo con mucha prisa, no dejaría pasar más tiempo. Recorro su cuello con mis dedos, transitando por sus hombros y pechos. Ella suspira y se pone colorada. En ningún momento toco sus pezones y ella casi me grita “Tócame, tócame”. Pero yo quiero que sea lento, que jamás olvidemos ese momento.
Bajo lentamente sus calzones y beso sus piernas, su pubis, su ombligo. Con mis manos recorro sus nalgas duras y bien paradas, cultivadas por el trabajo de campo. Escucho su respiración agitada, al tiempo que veo su abdomen contraerse de manera descontrolada.
Yo ya no aguanto más y me pierdo en su entrepierna, elevando con mis brazos su cadera. Ella me tira el pelo y rasguña mis hombros. Con mi lengua recorro cada centímetro de piel alrededor de su vulva y me salpica con unas gotitas de lubricación. Hasta que finalmente pierdo el control y saboreo su delicado y a esas alturas, ultra sensible clítoris.
Me pongo de pie, con ella en brazos, y la llevo hasta la pared. Nos caían gotas de la lluvia por el techo… La beso minutos interminables, muerdo delicadamente sus pezones. Ella rasguña mi espalda y muerde mi cuello. Su cabello resbala por mis hombros y mi pene roza su deliciosa vulva. La penetro con delicadeza, pero sin parar.
Solo entran tres cuartos de miembro y ella me muerde fuerte, jadea de manera sobrenatural. Arquea su espalda hacia atrás y acaba en un delicioso y largo orgasmo. Me pide que paremos un rato. Al retirar mi pene, me doy cuenta de que tiene un hilillo de sangre clarita y delgada. Abro bien mis ojos y la miro. Era virgen.
Ella me acuesta y con su índice, marca cada vena de mi erecto miembro. Lo recorre a lo largo con su lengua hasta que finalmente, le da un suave mordisco a mi glande. La luz comienza a parpadear y lo último que alcanzo a ver es como la mitad de mi falo entra en su boca. Pongo sus piernas en mi hombro y la penetro muy suavemente, elevo un poco su increíble culo, luego por su espalda la levanto y separo de la cama. Y por fin puedo introducir mi miembro por completo.
Ella comienza a gemir y a dejar sus extremidades colgando, acaba otra vez, pero esta vez la acompaño. Hicimos el amor durante horas, ni siquiera abrimos la botella de vino ni la caja de cigarros.
Nos acostamos un par de veces más, peleamos nuevamente y pasaron muchos años. Hasta que nuevamente tomé contacto con ella. Se fue a España. La extraño y es una de las mujeres más importantes en mi vida. Tengo miedo, sé que si vuelvo a verla soy capaz de dejar todo lo que tengo.
Los invito a opinar y si alguien se anima, dejar testimonios de amores de invierno. Espero no haberlos aburrido en extremo.
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