La generación Candy


Corrían los años 80, y una de las pocas series animadas para niñas que se veían por acá (cuando solamente teníamos TVN y no conocíamos el canal del angelito) era Candy, una rubia y linda huerfanita que, de acuerdo a la versión que nos quisieron imponer siempre, estaba marcada por la fatalidad; abandonada en un orfanato, traicionada por su mejor amiga, atormentada por sus hermanos adoptivos y, por si fuera poco, con una terrible mala suerte en el amor.

Pero yo no me lo trago.



¿Y por qué? A mí no me engañen, Candy fue la primera poncia de la pantalla chica, influenciando a una generación llena de niñas coquetas que buscaban que los hombres se pelearan por ellas, con inclinaciones a convertirse en potenciales drama-queens y una cierta tendencia masoquista en lo relativo a las relaciones de pareja. No me digan que no era cruel su coqueteo con los pobres Archie y Stear, cuando de verdad prefería a Anthony. Y cuando éste muere, se enamora de Terry como quien se cambia de calcetines. Como a Candy le gusta el sufrimiento, permite que él la deje para casarse con otra.

Y dicen que la televisón no nos influencia...