Antes de seguir con mi relato, quiero anticiparles que la ficción no es una de mis virtudes. Llamémosle entonces ucronía.
En que estábamos… haaaaaaa. Bueno, si bien tenía muchas ganas de masturbarme, no lo hice y preferí salir a conocer la bohemia sureña. Me obsequié una larga ducha, después de todo, el hotel era bastante caro. Me vestí, viendo un episodio de Bob Esponja, ese en el que va en busca de un tesoro… Acaso a modo de vaticinio.
Soñé por primera vez en mucho tiempo, en plena libertad, con las horas a mi favor y el frío como consejero. Me coloqué una camisa que destacaba mi espada ancha, me amarré el cabello, cogí mis calzoncillos con dibujitos Rimbaudianos (previamente perfumados con Minotauro, que ya no se vende), y me coloqué mis jeans de la suerte, esos que me facilitan el perreo capitalino. Finalicé el rito con zapatillas de lona y calcetines chilotes comprados en la parada anterior.
Generalmente me visto rápido, pero como no tenía un rumbo claro, tomé un tiempo para analizar el mensaje de la tarjetita que me había obsequiado Bad.
Bajé las antiguas pero robustas escaleras de mañío del Hotel Baudelaire. Le di las buenas noches a Monsieur Pelletier (el recepcionista enigmático), y asomé mi rostro al agujero negro al que me estaba precipitando. En la calle, un tal Mersault entonaba Rabo de Nubes, situación que lo hizo acreedor de $500.
Deliraba, deseando que aquellas tierras me reunieran con la Maga de Cortázar, o con Norton de Bolaño… Por último con la replicante de Dick. Pero finalmente, la realidad te azota el lomo, una vez más. Una pizarrita invitaba a beber dos mojitos por $5.000, pero como siempre el anzuelo esconde una trampa, opté por un Whisky con Whisky. Una universitaria pedía rebaja por su red bull, le ofrecí comprarla, y a cambio me regaló una conversación. Me dijo algo que hasta el día de hoy me hace sentido: “El miedo a lo desconocido, en el fondo, es la manifestación de todas las mierdas que llevamos dentro”. Luego llegó su pareja a buscarla, una lesbiana madura que delataba su miedo a perder la juventud de sus pasiones.
Acaso no hay mucho más que contar de esta noche, ni de las dos siguientes que fueron casi idénticas, excepto una conversación con Pelletier, en que me comentaba de la atracción que sienten las mujeres hacia los asesinos de mujeres, yo en cambio, le manifesté mi recién descubierto miedo a la ducha del hotel, tripofobia de la cual no era consciente hasta ahora.
Al cuarto día, conocí a Bad en el lugar donde no había buscado, y en verdad, era el único espacio en donde podía encontrarla, suponiendo que ella sabía que la buscaría. Pero no es la astucia lo que me caracteriza.
Ocurrió más o menos así. Estaba en la calle fumando pipa, leyendo el diario de la zona, cuándo me interrumpió una gresca: era el mismo gordito de sotana, que esta vez lo sacaban a patadas del café con piernas por haber “sobajeado” al maquinista, que resultó ser el exproxeneta Quing. En ese mismo momento, un tal chinito evangélico Lin-ux, profesaba a mi lado la necesidad de cambiar… Cerré mi periódico, le dije charlatán, y fui a darle un par de patadas a los homofóbicos que golpeaban al gordito de sotana.
Entré al café con piernas, reconozco que por el morbo de conocer en detalle la madeja. En ese mismo momento, quedé impactado por la belleza de las mujeres. Sin embargo, al fondo estaba una hembra con la lencería más excitante que he visto: encajes y bordados negros, costuras y brillos violetas casi solares, zapatos sin tacos pero sofisticados. Todo, coronado con el trasero más chacotero que hubiese soñado en mi vida. Era Bad, la miré con la boca abierta, caminé hacia ella.
Ella avanzó hacia mí con una cadencia serpenteada y sempiterna. Cerró un libro, “2666”, y me dijo: Tú me lo recomendaste, pero es pobre, es solo ficción. En ese mismo segundo, tuve una erección pétrea. Le pregunté por qué en ninguno de los dos encuentros me miraba a los ojos.
Me miró por primera vez y me dijo: Porque dicen que soy mala, que cuándo miro, embrujo… Apaga esa pipa que acá no se puede fumar… Mira lo que tuve que hacer para que me encontraras, este es mi primer día… Y el último en esta cueva de ladrones, así que, hagamos que valga la pena.
Bueno, ya es tardecito y debo seguir trabajando. Luego sigo con este fome pero aburrido relato.





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