Recordé el boom de los 90’ de este tipo de locales del cual poco sabía, pues era tema Tabú sobre todo para los niños. Añoré la primera vez que fui a uno, la primera vez que me enamoré en uno de ellos... La primera vez que llegué curado al Dommo. Y plaf… me di cuenta que en verdad soy parte de una Vieja Escuela. Y bueno, comencé a hacer una lista mental de aquellas distinciones entre lo pasado y lo nuevo.
No sé si sea mejor el actual comportamiento Todo Vale, pero mis experiencias han sido muy buenas aplicando el ABC de la vieja escuela más unos bemoles chondísticos. Lo primero es aclarar que un Cafetero de la Vieja Escuela es un Caliente, pero caballerosito. Y aunque sea una frase manoseada y hecha, lo interesante es ejemplificarla.
Para recibir hay que dar… Por eso, cuándo una musa tiene algo que me atrae, soy capaz de invitarla dos consumos rapiditos, sin pensar en el tragamonedismo. Si al tercero, la musa no retorna todo el tiempo perdido en los dos consumos anteriores, me retiro con mi dignidad perdida y no dejo propina.
Otro detalle, es que un Cafetero de la Vieja Escuela siempre es un Kamikaze en potencia. Le gusta descubrir. Por eso mismo, sé que en un café de medio pelo o cadenero es bueno ser más caliente que el resto de los comensales… Esto es un K.O. a las minas de este tipo de antros y una de dos: o se alejan o siguen el juego… Cuándo lo siguen, el resto es pura felicidad. En cambio, el resto de los concurrentes se visten y comportan como caballeros, jactan de su profesión y posesiones, o son secos pa’ la talla, o le tiran mierda a sus familias y señoras… Pero en el fondo, muchas veces lo único que quieren es una sudada de pecho.
Al contrario, en un café quiltrero, lo mejor es tener un poco de paciencia y no ir directo con las manos a la panera o a la lactancia. Las minas de este tipo de sucuchos se sorprenden cuándo no vas directo al choque, y luego dan lo mejor de sí. Por eso me sorprende ver a tanto califa que la primera cosa que hacen, es sacar la salchicha o bajarle alguna prenda a la dama. A esos loquillos le sacan cualquier billete y en poco tiempo. Ya conozco a varias musas con las que podría ir directo al grano… Pero se pierde consecuencia y encanto, porque para mantener y mejorar lo logrado, uno mismo siempre debe superarse.
Un cafetero de la Vieja Escuela no teme al que dirán si le llevas un regalo a una musa o la invitas a salir a algún sitio ostentoso. Pues sabe perfectamente que la recompensa siempre llega, si sabes sembrar. Quizás el premio no siempre es sexo, y la satisfacción dependerá de las expectativas. Regla de Oro: Siempre llevarlas a lugares que no visitarían con sus propios medios, pero en el que se sientan cómodas.
Dentro de las cosas negativas de algunos Cafeteros de la Vieja Escuela, es que creen que tienen derecho a sentir celos y ser posesivos. Sin saber que la verdadera culpa de la conducta interesada de las señoritas la han forzado ellos mismos, haciendo gastos no correspondidos. También es el error del empotado primerizo, que culpa a la musa de su propia frustración sexual.
La resiliencia fortalece al cafetero de la vieja o nueva escuela, pero lo hacen menos tolerante, más zorro y bastante mañoso.
Ahora bien, una de las pocas cosas que manejo a voluntad, o mejor dicho que la calentura aun me deja manejar, es lo que digo y lo que toco. Tocar más no es tocar mejor… Tocar mejor es despejar el camino para las futuras caricias, y que la chica por sí sola baje la guardia (o retaguardia, jue jue jue). Lo mismo con el hablamiento. Hablar y tirar mucha talla cancheramente a mí no me resulta… Más bien soy de decir frases breves y verdaderas, de un modo distinto al orden natural del español. (No sean weones, no significa hablar como el doblaje del Maestro Joda)
